Con Antonia me pasó como con la nieve de este invierno; la vi llegar apacible y tranquila, con sus brillantes ojos negros conquistando las cuerdas de su guitarra para emitir ese sonido gitano que lo copa todo, nos estremece e impulsa a las palmadas, comprometiéndonos con su canto de tristeza oculta.
Tiene 35 años y es miembro de una familia gitana de “La Virgen del Camino", barrio situado a unos 13 kilómetros de la ciudad de León, en la región de Castilla.
Con doce años y sin alcanzar el tercer grado, Antonia asume la responsabilidad del cuidado de su padre y diez hermanos para que su madre trabajara de doméstica y así ayudar al sustento de la familia,
_ Era una situación desesperada _ comenta_ porque en nuestro chabolo no había electricidad ni agua corriente. Imagínese que para lavar en el río, tenía que romper el hielo a cantos._
Se casó a los dieciséis años con José Luis, un chaval de su misma edad con el que ha tenido cinco hijos, que oscilan entre los diecisiete y tres años de edad.
Esta mujer, de frágil figura, relata pasajes de su vida entre accidentados suspiros y lamentos.
_ Un tiempo después, mi marido se fue de casa dejándome sola con tres niños y uno en camino; pase mucho, mucho._ Afirma_.
_Por temporadas recogía patatas y uvas. El resto del año ni hablar de encontrar trabajo_.
Antonia alza su cara, mira al cielo y levanta sus brazos en señal de alabanza y su voz brota nuevamente con naturalidad.
_Gracias a Dios que el párroco del pueblo me ayudaba diariamente con dos cajas de leche y cuatro barras de pan. Nunca olvidaré _ enfatiza_, aquel gesto de regalarle a mi hija la cartilla de su primer día de colegio._
Dice Antonia que luego de regresar su marido a casa, ya con el vicio de consumir y vender drogas, la contagió a ella también, sin tener conciencia de la gravedad del asunto, ni violación de leyes; sólo veía que sus hijos podían comer dos o tres veces al día, se ponían ropa y zapatos y hasta le compró una tele.
_ Mi verdadera pesadilla comenzó en ese momento_ afirma_ los gitanos mayores me miraban como si fuera una bruja y en poco tiempo me expulsaron de mi chabola y la comunidad... Recuerdo que fui a vivir a una casa de campaña a la orilla de un río, donde calentaba a mis hijos con fogatas y rescoldos, yo sola, porque mi marido ya estaba preso_.
Con gesto de amargura en el rostro, Antonia recuerda esos años de penuria.
_ Yo también fui condenada en la misma causa de mi marido, pero como tenía mis hijos chicos y uno recién nacido, escapé de la justicia y he estado rodando con ellos a cuestas tres largos años._
Ahora, esta mujer gitana cumple prisión y en nuestro diálogo no deja de mencionar su pesar por abandonar los estudios siendo niña y cómo sufre por sus cinco hijos que efrentan solos ese mismo medio social en el que ella vivió y por el que está recluída.
Pero también dice tener fe en Dios y pide con todas sus fuerzas que sus hijos sean hombres de bien y nunca pasen por las experiencias de ella.
Mientras tanto, Antonia sigue allí, apacible y tranquila, como la nieve de este invierno, conquistando las cuerdas de su guitarra para emitir ese sonido gitano que lo copa todo, nos estremece e invita a las palmadas, comprometiéndonos con su canto de tristeza oculta.
Entrevista realizada por Josefa Buzzi en la ya desaparecida prisión de Carabanchel, el 10 de enero de 1997.
¡Soy Juan Carlos Roque desapolillando archivos de todos mis tiempos!
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*Bienvenido a Roque Media, un canal de audio de Periodismo de autor, *se
dice en uno de los spots con los que traigo de vuelta mis producciones
radiofónica...
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