17 feb 2008

Mi cliente argentino

"Es la memoria un gran don,
cualidá muy meritoria.
Y aquellos que en esta historia,
sospechen que les doy palo,
sepan que olvidar lo malo,
también es tener memoria”

¿Casualidad…ironía? No sé qué pensar, pero la realidad es que este pensamiento es el penúltimo de los cientos que contiene el libro preferido del Doctor Fernando Benafede, mi cliente argentino. Aún recuerdo el día en que subía jadeante las pesadas escaleras de este tercer piso de casa antigua del centro de Madrid. Además de su tío le acompañaban sus botas de montar, el equipo de golf y la valija repleta de corbatas, pañuelos de cuello y la historia de su familia contada en fotos.

En pocos minutos hizo gala de sus dotes de comunicador. Que si en su país la cosa estaba difícil…que no había trabajo, que la pobreza aumentaba, que el gobierno era corrupto y que por ello tuvo que emigrar. Después del lógico descanso, el Doctor Benafede inició su recorrido turístico por Madrid mientras esperaba una entrevista con el Señor Álvarez, un empresario de gran prestigio que le contrataría como médico veterinario en una importante empresa ganadera en algún lugar de la península. Mientras esperaba esta entrevista el Doctor Benafede nos contaba historias de su “Buenos Aires Querido”.

Nació en el año 1945 en el seno de una familia acomodada que se dedicaba a la industria del plomo. Estudió medicina veterinaria y con orgullo dice haber ejercido su profesión con entereza y dedicación. Es difícil recordar sus infinitas anécdotas de los 25 años que tuvo una veterinaria en “ Capillas del Señor”, una ciudad al norte de la provincia de Buenos Aires. Pero no todo fue color de rosa…Un divorcio con dos niñas le causó serios problemas de dinero y le obligó a trasladar su campamento a lugares más pobres como Castelar, una región sub-urbana situada al oeste y a unos 50 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.

Al agravarse la situación económica de su país las cosas le fueron peor y se traslada a un pueblecito pequeño” Francisco Álvarez “que se encuentra al oeste y a 15 kilómetros de Buenos Aires. Finalmente, al mes y medio de estancia en Madrid llega la tan esperada entrevista con el Señor Álvarez. Según comentó trabajaría como veterinario en una gran finca toledana, repleta de hermosos caballos. Tendría casa, manutención y un gran “todo terreno” para recorrer los maravillosos campos de Toledo. La euforia de mi cliente argentino ante estas perspectivas aumentó y sus esperanzas algo mermadas por la espera, floreció.

Llamaba a su compañera en Argentina y le contaba que aunque ya no le quedaba dinero ni para comer…esto duraría poco porque estaba a punto de iniciar su sueño. Pasaron dos, tres meses y no llegaban noticias del Señor Álvarez. El Doctor Benafede, que sólo se alimentaba de fibras y productos energéticos etiquetados se le acaba el dinero que ha traído de su país y comienza una agonía…esa agonía que a mí no me es ajena porque la he vivido yo misma y la he visto en muchos de mis clientes. En su desesperación, comenta que no sabe dónde ir…que en Argentina vendió por 3 mil dólares todo su patrimonio: un coche, una motocicleta y un cuadro que era su única herencia familiar. Pasan los días y mi cliente argentino se desmorona…el sueño de hacer fortuna en España cada vez está más lejos.

No aparece el Señor Álvarez y mucho menos esos hermosos caballos a los que le hacía ilusión cuidar Fernando tiene la costumbre de anotarlo todo en un montón de agendas… desde la dirección de la Plaza Mayor de Madrid que está a 100 metros de aquí, hasta la hora en que tiene que bajar al mercado a comprar su leche condensada. Espero que anote también la dirección de esta Pensión León, en la que muchas veces en el crudo invierno de Madrid ha tenido que echarse encima más de cuatro mantas gordas y ducharse con agua fría.

Han pasado tres meses y mi cliente argentino regresa mañana a su país. Le recordaré con su andar ágil, su mundo de ilusiones y sus libretas de anotaciones. Llevará de vuelta sus botas de montar y el equipo de golf. Y en su valija, además de las corbatas, pañuelos y la historia de su familia contada en fotos incluye los souvenir españoles más emblemáticos: un toro de lidia, la bailarina española y el acorazado soldado toledano. Estoy segura que mi cliente argentino también llevará en el equipaje su célebre libro de Martín Fierro. Pero me gustaría que siempre tenga presente ese penúltimo pensamiento.

“Es la memoria un gran don,
cualidá muy meritoria,
Y aquellos que en esta historia,
sospechen que les doy palo,
sepan que olvidar lo malo,
también es tener memoria".

Con mucho cariño para el Doctor Fernando Benafede, de su casera en Madrid, Josefa Buzzi.
Madrid, 26 de marzo del año 2003.

Mi abuelo Tito

Para conocer a mi abuelo Tito tuve que andar kilómetros y kilómetros a través de llanuras, ríos y montañas, sobre todo la “Siete Leguas” que resultaba interminable. Primero tomamos el viajero, un pequeño tren de pasajeros hasta Nicaro. Allí mi padre alquiló un carretón de caballos que nos llevó por un camino que atravesaba tres ríos.

Después de varias horas y ya entrada la noche nos quedamos a dormir en una casa de yagua y piso de tierra donde vivía un campesino amigo de mi abuelo.


Tal era mi cansancio, que sólo me preocupaba ver la habitación donde dormiríamos porque a golpe de vista sólo veía allí dos habitaciones sin puertas ni ventanas: La cocina donde nos encontrábamos y una habitación contigua donde se podía ver dos camas grandes de hierro con mosquiteros puestos.
Jacinto y su mujer vivían con sus tres hijos que en ningún momento los vimos porque se encontraban durmiendo. Allí tomamos un café claro con galletas que me supo a gloria .

Mientras mi madre le daba el pecho a Titico, mi hermano pequeño, y papá conversaba animadamente con Jacinto, Carolina nos hacía una cama en el suelo y para que fuera más cómoda recogió toda la ropa de la casa, las acomodó y luego las cubrió con un par de sábanas .A mí me pareció el mejor colchón del mundo y dormí placenteramente. Ya de madrugada Carolina brincaba por encima de nosotros para encender el fogón y preparar el café.

Luego de tomarlo emprendimos el camino, a pie, loma arriba. Clemente, machete en mano despejaba el camino de los matorrales para que nosotros pudiéramos pasar. Cruzamos las “Siete Leguas” una montaña que recibía ese nombre porque para poder salir de ella había que darle siete vueltas. Finalmente llegamos al punto del camino donde nos esperaban dos trabajadores de mi abuelo con las mulas que nos llevarían hasta su casa.

Era precisamente en ese lugar donde comenzaba el cafetal de mi abuelo, una finca de varias caballerías de tierra donde no recuerdo haber visto ningún llano, salvo el espacio que ocupaba su casa. Ya entrada la tarde finalmente llegamos a la casa de mi abuelo. Era una vivienda muy grande de paredes de madera y techo de guano. El portal le daba la vuelta a la casa y de él colgaban monturas de caballos, y todo tipo de herramientas de labranza.

En el salón de la casa lo mismo y como único elemento diferente, un cuadro del corazón de Jesús. Allí sí que había habitaciones. Yo compartía la de cristinita, una niña que habían adoptado desde muy pequeña. Mi abuelo vivía con Cristina su segunda esposa, porque hacía muchos años que estaba separado de mi abuela, la madre de sus seis hijos. Mi abuelo era una de los mayores terratenientes del café de la provincia de Guantánamo, la más oriental del país.

Era un hombre de mediana estatura, mulato, curtido por el sol y con un carácter recio. Se alegró mucho de vernos .Nunca he podido saber dónde nació mi abuelo, pero dicen que llegó a Topí, así se llamaba la región donde vivía, con trece años y comenzó a trabajar de arriero hasta que se compró su primera mula. Poco a poco con el esfuerzo de su trabajo fue creciendo su capital hasta convertirse en uno de los hombres más ricos de esa zona .Allí pasamos el "Tiempo Muerto" recogiendo café .Es difícil describir un lugar como aquel donde estaban las palmeras más altas que he visto jamás y donde casi tocas las nubes con las manos.

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